La fiesta macabra,
-sí, macabra-
acabó.
¿acabó?
los vestigios ponzoñosos
del dolor se adhieren,
se adhieren
de un modo pegajoso,
parasitario;
debilita, enferma
y todo sigue
aunque no siga;
en tanto,
hay una parte que en verdad, siguió;
la parte
que apenas puede,
así lo intente, lo disimule;
inventa
distracciones,
crea, interviene
en conversaciones
poco, nada interesantes,
aun así, insiste en crear.
Sabedor de que la otra parte
no solo lo olvidó,
sino que no se detuvo,
lo superó,
¿mejoró?
¡quién sabe
por las noches
lo desvelen
aquellas palabras,
el recuerdo de esas caricias
elevadas a la milésima potencia!
¡quién sabe!
cuando camina
hacia donde siempre camina
probablemente, perciba
el regreso:
los senderos
de un pasado
que se repiten,
se repiten...
pero él sabe
que no debe ser así,
se lo impone:
¡nunca más
volver a ello!
¡aunque estallen, sin poder evitarlo,
esas estúpidas lágrimas!
en sus ojos
que ya no son jóvenes
pero lo fueron
¡y lloraron mucho más!
¡y padecieron!
¡y extrañaron!
mientras tanto,
la otra parte lo recuerda
entre miles de canciones,
poemas, frases, actitudes,
personas que pasan, se le parecen;
¡la otra parte
no renunció!
Él decidió renunciar a todo aquello.
¿¡Porque así debe ser!?