Aquellos que lo tienen todo
no van a preocuparse,
sería muy raro que se interesaran
en conocer esa sensación única, indecible,
que se experimenta al obtener algo, lo que fuera,
por propio empeño,
-no me refiero solo a lo material, claro-;
el alcanzar un título, un diploma, ansiado,
luego de arduos años de estudio;
el viaje a ese lugar, deseado,
tras un inmenso esfuerzo;
la concreción de lo que siempre se supo hacer,
lo que siempre se anheló, quizás, sin saberlo,
al tiempo que se temió, quizás, el fracaso,
la imposibilidad de éxito.
Para quien lo tiene todo,
todo le es dado,
¡nunca es suficiente!
siempre, ese hueco, indefinible,
que difícilmente llegue a cerrarse,
pues se ignora o se pretende ignorar
el cómo, el con qué, el con quién;
El que lo tiene todo,
por no haber hecho nada o muy poco,
por alcanzar lo que ya ni intenta imaginar
ignora
cómo se vive, qué experiencia tan fuerte
aporta
el atravesar la alta vara
del sacrificio,
en pos de vencer,
de vencerse;
cuando se accede a la meta a través del trabajo,
del aprendizaje,
de la obstinación en ello;
aquel que lo tiene todo
es probable
que en verdad, no lo tenga todo;
tal vez, jamás conozca el valor
de tan agitada revolución interna,
que aflora en el espíritu
de los que han hecho lo posible
y más,
apostaron, se jugaron
por entero
en pos de sus ideales,
de sus proyectos,
de su vocación;
creerán, algunos,
que es más fácil
cuando se trata de lo que a uno le gusta:
todo lo contrario.
Pesa y en mucho la responsabilidad
no solo del hacer
sino del ser
la totalidad, absolutamente,
puesta sobre la mesa,
hacer lo que se ama,
expresar, actuar, según se siente;
significa, además de un gran esfuerzo,
exposición,
entrega.
Es mostrar el corazón, el alma,
al desnudo,
sin dudarlo,
sin temer,
desoír
a quienes
insisten en la renuncia;
Siempre,
con uno mismo;
sin pensar, siquiera,
en olvidar,
nuestros más soñados sueños.