Cuando se derribaron
casi todas las certezas;
cuando se dejó de idealizar
lo que en realidad,
nunca, siquiera, rozó ese "ideal";
cuando se toma conciencia,
se comprende, se observa,
detenidamente,
lo que hasta hace no tanto,
casi no se consideraba;
cuando el amor
deja de ser el objetivo
o mejor dicho, la persona, las personas
a las que instalamos
cual huéspedes, eternizados
de ese sitial
-o deseamos que lo hubieran sido-;
cuando a fin,
así, como somos,
con la cara lavada
frente al espejo,
no nos observamos
entrecerrando los ojos,
¡nos miramos!
¡sin vergüenzas, ni prejuicios,
tapujos, disimulos!
sin buscar
en esa imagen
a aquel, aquella
que fuimos,
que anhelamos
seguir siendo,
sino a el/la que somos,
con nuestras arrugas,
con alguno que otro defecto
o varios,
pero auténticos,
puede que no nos guste
en absoluto;
puede que nos afecte,
el alejarnos, finalmente,
de ese limbo
al que nos aferramos
durante años;
pero llegará el momento
en que NOS sonreiremos
al volver a descubrirnos,
como si se tratara de la primera vez;
poder enfrentar
esa existencia,
esas imperfecciones,
lo malo, lo bueno
que nos integra;
para salir al mundo
al descubierto,
no más hacer que somos
como en realidad no somos,
ni fuimos, ni seremos,
quizás;
con la postura firme,
en alto,
ante el muy lógico, dignísimo
propósito
de defender nuestra esencia,
de mostrarnos sin disimulos,
sin ropas que nos oculten,
¡desnudos!
Nada, en absoluto
que fingir;
en principio,
seremos tildados de locos,
observados como a personajes extraños,
quizás, con algún tipo de afección,
mal medicados;
pero se habituarán;
un día, seremos parte
del conjunto de invisibles,
aunque sabedores
de que para, por, con, frente a
nosotros
no lo seremos,
no más.