Solía hacer de cualquier sitio
un paraíso;
no necesitaba
más que cerrar los ojos
-o ni siquiera-
y el universo
se sentaba a mis pies;
volaba
por esas calles, paisajes
humildes;
volaba
como si lo hiciera
posada sobre una alfombra mágica,
sobre el más imponente,
antiquísimo, reino;
nada parecía tocarme,
no me comparaba con nadie,
estaba orgullosa, inconscientemente,
de mí, de lo que era,
de lo que no;
de pronto,
los años me hacen revisarme,
me cuestiono lo que me parece
que hago mal,
lo que pienso,
lo que debería pensar o no;
a mí, que nunca me importó nada,
me importa lo que dicen los otros,
cómo, en qué forma
me califican;
¿un retroceso?
¿esta cuestión de los años, la experiencia
que te pone los puntos,
te hace observarte,
imaginarte distinta,
no considerarte el centro?
¿la juventud que va pasando
y no hay vuelta atrás?
hay cosas que sí me siguen gustando,
como esto de decirlo todo y más,
de no mentir seguridades, afectos;
de no fingir felicidades de plástico,
de no intentar, siquiera,
convencer a nadie de nada
que no sea cierto,
sobre mí, sobre lo que fuera;
en ese aspecto,
no cambié;
quisiera verlo todo
mucho más "lírico",
hallar la poesía,
vivir en estado de poesía,
con aquella proverbial ingenuidad,
en cada rincón, en todas partes;
quisiera
no pensar
que necesito un lugar preciso,
un motivo,
un estado de ánimo,
un amor que lo traspase todo,
un logro, ¡un puto logro!
el tiempo te enseña
pero te demanda,
¡te exige rendición de cuentas!
y nunca fui demasiado buena
con las matemáticas,
menos aún,
con las justificaciones.