perdió esa fuerza,
esa presencia
que paralizaba,
lo detenía todo,
capturaba mentes,
espíritus,
embriagaba,
inspiraba sueños,
recuperaba,
hasta renovaba
los considerados perdidos;
era, en sí mismo,
la libertad,
el despojo absoluto
de todo prejuicio,
de todo límite.
La vida.
la vida,
eso era.
La vida.
Hoy arrastra sus letras
que ya no dicen
ni silencian;
sus labios se desdibujan,
se agrietan,
el sudor denota
un gran esfuerzo,
-no ya aquellas irresistibles ansias-;
¿sabe que no es lo mismo,
que no es el mismo,
que no se oye igual,
que no se palpita igual,
sabe que no llega,
no alcanza,
no colma,
no desborda,
no inquieta,
no perturba,
no inspira sueños
ni ilusiones?
Lo sabe.
Pero tiene que seguir.
¿No es su vocación,
no lo fue siempre, acaso?
Da pena
ese vano intento de ser aquel
que no volverá a ser;
muy pocos son los que aplauden
al otro, su ídolo,
al que adoraron,
por el que hubieran entregado
el cuerpo, el alma
y más.
Tal vez, no se de cuenta.
La magia huyó de su garganta,
de su decir,
de sus movimientos,
de su porte,
de eso especial
que nadie pudo ni podrá explicar.
¡Lástima!
eso, lo que fuera,
lo particularizaba,
alejaba a sus seguidores
del fastidioso transcurrir
de la existencia,
por un rato.