Entendí.
(Supongo).
Mi alma,
mis sentimientos más auténticos,
le pertenecen.
No a aquel
que no supo advertirlos,
ni valorarlos,
ni lo intentó.
No a aquel
a quien no importa
si estoy, si me fui,
qué hago, cuándo, cómo,
con quién
el que no repara, en absoluto,
en mis estados de ánimo,
para el que no tiene la menor relevancia
si soy o no feliz;
mi amor
es de quien, en verdad,
me ama.
No necesita
expresarse con altisonantes frases,
pues esos panegíricos,
no son más que parte del disfraz
que tantos adoptan
en pos de convencernos;
mi amor,
el que es,
no el que finge serlo
es feliz
si lo soy,
se preocupa,
me apoya
si algo malo me sucede;
me acompaña
en mis dudas,
acepta, comprende
a mis indomables demonios;
los doma, los apacigua,
¡los abraza!
Mi amor
me conoce
más de lo que alcancé,
alcanzo
a conocerme yo.
No hacen falta
grandes exhibiciones,
elocuentes verborragias,
ni flores, ningún obsequio,
¡no, nada de eso!
el amor
si es real
es para siempre.
Quien nos ama
está ahí,
no inventa excusas,
no oculta, no miente,
no dice lo que no siente
solo por lograr un objetivo;
quien nos ama
quien le importa de nosotros
está presente;
tal vez, no todo el tiempo
pero todo el que puede;
no desvaría, preguntándose,
cuestionándolo todo;
no se pierde,
no utiliza vanos ardides.
Es concreto.
Existe.
Es de verdad.
Solo basta
reconocerlo
y no dejarlo ir
por arrojarse tras esas quimeras,
plenas de elogios insustanciales,
engañosos ardides
basados, únicamente,
en la fantasía, producto de la imposibilidad,
que solo dejan
en nuestro espíritu
oscuros, lastimosos residuos
que arañan, roen los huesos,
atemorizan,
aniquilan las ansias,
¡nos consumen!
es mucho, muchísimo peor
que la nada.