Cambiar de año.
Cambiar de década.
Convenciones,
simples convenciones.
La vida sigue, entretanto,
mientras contabilizamos minutos, horas,
revemos actos, no actos, palabras, silencios
de nuestro pasado más próximo
y también de antes, mucho antes.
La vida, como dije,
entretanto, sigue.
Los árboles
no se ajustan a calendarios,
más allá
de sus ya no tan taxativos
cambios estacionales;
de todos modos,
se produzca o no tal o cual cambio,
allí están,
siempre que un viento huracanado
no los derribe,
no arranque sus ramas,
no los arranque de raíz;
la vida, entretanto,
sigue;
el sol brillará con más, menos
intensidad,
habrá amaneceres húmedos,
secos,
luminosos, oscuros
frescos, helados;
también, sofocantes;
sin importar calendarios,
sin importar un antes,
ni siquiera el más próximo;
solo nosotros,
solo el hombre,
solo,
cada vez más solo.
Y sus miedos
ya no se circunscriben a tiempos, meses,
años, estaciones;
el hombre
deambula casi
sin pensar,
más, menos abrigado,
y a diferencia de los árboles,
del cielo, de los pájaros
vive preguntándose
por qué no se puede volver
a un pasado que ni siquiera recuerda
o no toma conciencia
si en verdad, añora;
también, acerca de un futuro
del que hoy asume
-o así lo intenta-
su insondable lejanía;
tal vez,
intenta o pretende intentar
una especie de aceptación
de su factible inexistencia.