Puedo hablar del viento
que se desliga de esas deliciosas hojas amarillas, rojas, marrones,
convirtiéndolas en el más confortable tapete;
puedo contarte, aunque ya lo sepas,
que aquí ya es otoño;
entretanto, tu incipiente primavera
comienza a engalanar ese jardín ajeno
que hiciste propio
y nunca lo fue,
aunque ya lo sepas.
Puedo decirte
que lo intenté.
Tal vez
no fui políticamente
o amorosamente o dialécticamente
-o todo junto-
correcta;
sé de mis cambios de humor
casi constantes,
esto también lo sabés.
Pasó el día.
Habrás recibido halagos, tortas, obsequios,
besos;
saludos
de tantos que dicen ser tus amigos
y apenas si alcanzan a conocidos,
(también sabés al respecto).
No sé, en fin, qué podría ya decirte
o escribirte,
supongo que sabés mucho, lo suficiente
acerca de mí;
conocés vulnerabilidades, oscuridades
que pocos o nadie,
-en verdad, nadie-
conoce.
Sabés de mis puntos débiles
-y no solo me refiero al sexo-.
Aunque de ello sabés
más y mejor que de todo lo anterior
o de lo que sea;
en fin,
nos hemos perdido
una vida placentera, de risas, de goce,
de tantas similitudes
que hoy descubro y me sorprendo
en nuestros caracteres,
en nuestro modo de ver tantas cuestiones,
en nuestras aficiones, gustos, necesidades;
el amor
pareció una buena excusa,
ya no alcanza,
ya no es creíble
para vos, ni para mí;
una pasión como pocas,
dijiste alguna vez;
por ello, trascendió distancias,
obstáculos, miedos, compromisos,
ocultamientos
y pantallas;
esto lo sabés demasiado bien.
Continuaremos -¿qué otra alternativa nos queda?-
con nuestras estúpidas vidas,
fingiendo que podemos con esto, con lo otro,
con la incertidumbre,
con las pérdidas,
con las ganas reprimidas,
con los sueños fosilizados.
Esto lo sé demasiado bien,
tal vez, más que vos
o tengo más conciencia de ello.
Tremendos sentires, agobiantes pensamientos,
muchas veces se transforman en tormentosas pesadillas;
insisten, confunden mi mente, sacuden mi cuerpo,
confunden mi alma,
día tras día,
noche tras noche.