Detrás, dentro
del mueble antiguo,
en el rincón más impensado;
alguno,
al amparo de un árbol frondoso;
otro, debajo de alguna cama,
en un rincón de una casa poco visitada,
polvorienta;
en el automóvil
de un familiar, de un amigo;
todo servía,
todo sirve
para esfumarse
de ese niño temido,
en su rol despiadado
del "persecutor";
luego de contar hasta cien
comienza la búsqueda;
puede que otro de ellos,
el más astuto,
logre escapar de su provisorio escondite
y alcanzar el objetivo
sin ser descubierto.
Si lo logra,
aferrado a la ansiada pared blanca
gritará, gritará con todas sus fuerzas:
¡piedra libre, piedra libre
para todos mis compañeros!
y salvará, de ese modo,
a los otros jugadores
que correrán a tocar
uno por uno
el muro del triunfo;
de no ocurrir esta situación,
en caso de ser descubiertos,
perderán.
Todos perderán.
No habrá "piedra libre",
no habrá pared,
no habrá muro de triunfo
y el niño en el rol del "persecutor"
sonreirá, satisfecho
mientras camine, rápidamente,
hacia su casa
-no vaya a ser que la mamá lo rete
por haber llegado tarde a la hora de la merienda-.