No te despidas
sol
sin evocarme
aquellas charlas cómplices,
atardecer, por acá,
anochecer, por allá;
aquel conformarnos
con unas palabras, unos dibujos,
unos temas musicales
que alguna vez,
-no sé si lo recordás-
hicimos propios;
¡no termine jamás este día,
ni ningún otro
sin traerme el recuerdo de tu voz,
de tus gestos tan particulares!
ese modo especial
de llevarme de la cintura,
esos besos, esas caricias,
esa sensación
que es tan difícil
que seguirá siendo tan difícil
de recuperar;
no, no quiero que otro año
se vaya
sin tu presencia incandescente,
sin ese secreto que sostuvimos
que nos alentaba,
día tras día
¡para poder lidiar
con la asfixiante prisión
de la cotideaneidad!
ese periodo de exaltación,
de deseo incontenible,
se prolongó durante bastante tiempo;
pasó igual con el anterior
y el anterior al anterior;
¡siempre estuviste en mí
y yo en vos!
pero como todo lo bueno,
lo irrepetible...
acabó.
De una manera dura,
despiadada, quizás.
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El transcurrir de los años
apaciguó
aquellas inquietantes pesadillas
que le siguieron a ese preciso momento
en que pisoteamos,
definitivamente,
lo mejor que tuvimos
en nuestra vida.