Perdí
a muchas personas
queridas y muy queridas;
perdí
ahorros,
objetos que apreciaba,
amigos,
amantes,
amores
de verdad,
los que de un modo u otro
están siempre en mí;
hallé nuevos motivos,
hallé en mí esta bendita vocación
-en realidad,
la había hallado desde pequeña-
pero me llevó tiempo
darme cuenta, reconocer
esta increíble vocación de decir,
de contar,
vocación
que, sin dudas, me sostuvo:
cuando perdí a mi amado papá,
cuando perdí a mi tan querida tía,
cuando perdí a mis abuelos,
amigos, conocidos;
cuando me perdí,
sobre todo cuando me perdí,
por ejemplo, el día en que me di
cuenta de que te había perdido
una vez más.
Claro que enseguida supe
que ya no habría
"una vez más";
el dolor fue tan profundo
que aún quedan resabios
en mi mente,
en mi corazón;
¡todavía me cruzo
con miles
que me recuerdan a vos!,
en una u otra etapa
de nuestro vínculo;
luego de la de mi papá,
fuiste la pérdida más insuperable;
como él,
aparecés cada tanto en mis sueños,
en los días de tormenta,
en los días oscuros,
atemorizantes;
aunque también
en los más luminosos.
(No sé
si deberías leer esto).