Una tristeza
que no tiene explicación;
tristeza que remite a alguna fracción de tiempo
precisa;
tristeza
que se parece a una resignación,
-nada resignada-
pues no visualiza, no puede visualizar
vivencias como aquellas
en un futuro,
en el próximo instante;
tristeza
que contrasta
con una alegría
pasada, de hace un rato,
de ayer,
pues remite
a la certeza de que no se repetirá,
no del mismo modo.
No sé bien -o no deseo saber-
de dónde proviene:
este sentirme sola, a veces,
aislada en medio de un laberinto letrado
que urgente me reclama
y no siempre se encuentra
con una instantánea inspiración;
tristeza
por no poder transmitir
palabras alentadoras,
ni proponer sueños irrepetibles,
ni empresas inalcanzables;
tristeza
por haber sido alguien
que escribió de otro modo,
años atrás;
¡y no se reconoce en esos textos!
mas hoy no puede ni debe
ni desea
repetirse.
¿Tristezas de poeta,
jamás asido a seguridad alguna?
¿o, quizás, una simple tristeza
de invierno gris,
helado, imposible de calentar?
tal vez, se trate de este agujero,
punzante,
en el corazón
que no deja de recordarme
que nunca, nunca más
¡nunca más!
volveré a verte.