Mil veces
he escrito
sobre la luna,
el cielo,
el sol,
las estrellas,
los árboles,
las flores,
el verde;
la naturaleza
en cada aspecto,
proceso;
en todos
los climas;
mil veces
y mil veces más
podría decirles
que en ella
está todo;
nosotros, también;
que en una flor
cabe un poema,
en un árbol
puede oírse el susurro
de antiguas historias;
en sus ramas,
frondosas, desnudas,
se posan los pájaros:
ellos conocen como nadie
su cobijo,
su incondicional
hospitalidad;
la luna, el sol, las estrellas,
los árboles, las flores, el verde,
el cielo azul
-o gris, como el de esta tarde-
están, estarán allí,
sin pedirnos, siquiera, que nos demos cuenta;
son nuestras las impresiones,
las sorpresas, sonrisas, penas
que despiertan,
sacuden, desvelan.
¡Tantos espíritus
regocijados, renovados
frente a semejante majestuosidad!
la belleza que cuenta.
No la de los años,
no la superficial,
no la de los objetos;
la belleza perfecta,
por siempre a nuestro alcance,
hasta el último
de nuestros días.
Y eso nada, nadie
va a cambiarlo.
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