¿En qué fragmento
de tiempo,
de mi tiempo,
del tiempo
de todos los que estamos por acá,
decidí -o tal vez, fue miedo-
comenzar a quererme?
No se trata de comprarme objetos,
ni de maquillarme,
ni de intentar
ser la que no soy
ni sería, ni seré;
se trata
de entender mis debilidades,
de aceptar
mis limitaciones
y no sentirme limitada,
todo a la vez;
se trata
de no juzgarme tan duramente,
de valorar lo que hice
pues es lo que pude, cuanto pude,
cuanto deseé;
se trata
de comprender
que ciertas cuestiones fueron de otra época, otra edad,
otras circunstancias;
que aquella que fuí
ya no existe,
así, conserve
algunos detalles, ciertos pensamientos,
las letras, claro,
siempre ellas.
Me dicen que es porque es lo que me gusta,
no lo sé.
No puedo explicar
por qué antes, ahora y después también
busqué, busco, buscaré
un hogar, ese hogar tan particular
que solo
hallo entre estos signos, frases
que para algunos, apenas dicen algo,
para mí
dicen mucho
y no solo de mí misma,
de tantos
que también andan en busca
de cierto refugio
o ya lo hallaron,
¿quién sabe?
en fin,
cuidaré de mí
como si fuera mi propia madre
pero no la que critica, persigue, acosa;
la madre en cuyo regazo
se siente uno tan a salvo,
tan en paz,
tan elegido,
amado, aceptado
así, con miles de desastres,
con miles de aciertos,
con miles de dudas,
de temores, de cuestionamientos;
me amamantaré de sueños,
de autoconfianza, de fe en mis logros,
de orgullo,
enorme orgullo
porque con mis pros y mis contras
me atreví
¡me atreví!
a expresar lo que siento,
lo que deseo, lo que pienso;
a ser no la mejor ni la peor,
ni la más o menos.
Simplemente,
básicamente
a ser quien soy.
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