Pasó el tiempo.
Hay un parecido,
claro que lo hay;
pero ninguno es reemplazable.
No bastan algunas similitudes
en la actitud,
en la mirada,
en cierta picardía,
en el vocabulario;
¿habilidad?
¿postura?
nadie va a reemplazar
a ese alguien que al menos para ella,
fue, será único;
lo intenta
lo intentaría
pero no;
no están las ganas,
no está aquella frescura,
aquella sorpresa,
aquel despertar
entre nubes, entre flores,
entre globos de colores;
no tiembla,
no se emociona,
¡no delira de pasión!
no, no es
ni sería lo mismo;
muy parecido
¡pero tan distinto!
no quiere pensar
en que un día va a partir
¡sin haberlo visto más,
ni por un rato!
no es cuestión
de canjes,
de buscarlo en cualquiera,
de empeñarse
en que su figura,
su voz, su boca, sus besos,
sus caricias
se reflejen, de igual modo,
en otro;
así como nunca volverá
a ver a sus abuelos,
a tantos seres queridos
y no podría ni intentaría
sustituirlos.
Es indudable
que no tiene alternativa:
deberá aceptar
esa presencia-ausencia,
sin saber si está bien o mal,
qué es de su vida, qué hace,
qué quiso hacer y no pudo,
con quién está
o ya no está;
(si todavía
la recuerda).
Tampoco tendrá noticias
del lugar en donde habita,
si se mudó,
o si está cerca,
muy cerca.
Da igual.
Su ex-mundo maravilloso
se transformó en una serie de rituales insulsos
combinados con esa maldita, inútil espera:
la de aquel a quien tanto extraña,
¿el mismo
a quien tal vez,
dejó ir?
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