No me digas que en ese abismo oscuro,
no me digas que es verdad,
que te perdiste;
¿cómo hago, ahora, para encontrarme?
no me digas que ya no podés
porque yo no sé si esta vez podré;
hay un dolor oscuro en tu alma,
la corroe,
parece tan definitivo;
-lamento estar tan lejos de tu pensamiento-.
Ese dolor
inconfesable, temeroso
te hace ver tan solo, tan pequeño;
mi alma se extiende cuanto puede
para escapar de su propia desnudez,
de sus miserias cotidianas.
Dejame que esté
en este momento, como en otros;
dejame acceder a ese sitial,
palacio perfumado de los seres celestiales;
¡vamos por ese milagro,
no aflojes!
en alguna parte,
por un instante,
nuestros espíritus volverán a fusionarse
y tu mirada única, incomparable,
se proyectará en mis ojos
que nunca más brillaron
de aquel modo;
estos fragmentos
en que se segmentó nuestra historia
¿podrán volver a reunirse?;
un principio,
una posibilidad,
o, quizás, el inevitable final:
fragmentos,
tan solo.
Volarán, sin un orden prefijado,
cual hojas secas,
hasta resquebrajarse,
no podrán, claro, revivir
ni en ese,
ni en ningún lugar
de los que alguna vez,
fueron parte.