jueves, julio 02, 2020

Sin escape onírico

Uno siente
como si le hubieran rasgado
su atuendo

y una hoja filosa
lo hubiera penetrado;

entonces

un rumor
proveniente de un vacío

indicaría
la tan temida nada

que es peor,
mucho peor
que la muerte misma.

Uno siente ese dolor,
esa ansiedad, esa angustia;

no importa en qué medida
lo alcancen
las carencias,

a tantos, 
todas las carencias

de salud, alimentos,
de contención,

de amor.

Uno percibe, huele, toca,

se inmola
porque de otro modo no se puede
vivir,

ni siquiera, sobrevivir

en medio de los escombros
de un mundo que no para de derrumbarse.

Uno se inmola
mentalmente.

Se convence de que ya no es,
de que ya no podrá ser

nunca más

nunca más

el que reía
por y de cualquier cosa,

el que aspiraba el perfume de esas flores
en primavera,

el que se detenía
en medio de donde sea,
 
a mirar la luna

y abrazaba
a los árboles;

el que soñaba
detrás de su ventana
con paisajes, universos
desconocidos,

increíbles;

el que se apropiaba
de sus sueños

en los que todo era posible
y más;

uno siente
a veces

que no vale la pena,
que no sirve, que no alcanza

con la esperanza,
con las fuerzas,

con la fe.

Que no hay un dios
que colme esa necesidad insatisfecha

de amparo, de certezas,
de la más pequeña ilusión
de poder lograr

lo que fuera,

un montón de abrazos, besos
de quienes ama.

Queda respirar,
contener las lágrimas

¡hay muchos
a quienes levantar del suelo!

no es solo techo, comida,
calor,

pero los hay y en demasía
quienes no poseen
ni lo imprescindible.

Y no ven cercana
la posibilidad de obtenerlo,

para no enfermarse,
para alimentar a sus hijos,
para subsistir.

Ellos ya descartaron
aquel escape onírico

desde hace tiempo,
-quizás, jamás lo conocieron-.

Nosotros

podemos soñar,
¡podemos, todavía podemos!

decir lo que nos explota,
lo que nos arroja, siquiera por un rato
al pozo más profundo;

¡podemos gritar!
¡podemos pensar en que algo, en que de a poco,
como sea, cambiará!

tenemos el arte,
tenemos las fuerzas,
tenemos tantas cosas
que ni siquiera advertimos:

tenemos salud, educación,
hogar, amigos;

podemos, sigamos insistiendo,
¡arriba esos brazos caídos!

no flaqueemos, somos necesarios,
somos humanos;

las risas volverán,

las flores seguirán estando,
también, los árboles,

¡no hay sueños imposibles,
nosotros lo sabemos, lo supimos siempre!

no nos olvidemos de ellos

que son muchos,
muchísimos,

los que hay que ayudar
a levantar del suelo.


Cristina Del Gaudio

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