miércoles, julio 15, 2020

Insondable interior

Te dicen
que nada volverá a ser

como antes.

Si no lo pensamos bien
nos pone tristes;

la melancolía
convierte en lágrimas

cuanto recordamos,
cuanto creemos que desearíamos recuperar,

cuanto imaginamos
que nos dolería perder

quizás, por siempre.

Si lo pensamos bien

habrá mucho
a lo que no valdrá la pena regresar.

¿Nos parece, acaso,
tan penoso, tan terrible

no retornar
a ese egoísmo,

a ese sentirse
el centro,

sentirse superior
por haber tenido acceso,
por mérito, por suerte

a un título,
a un bien determinado?

¿cuánto de provechoso
resultó ese "bien"?

¿cuánto miedo a perderlo
nos deparó, nos depara?

tanto
que nos angustia
este presente

y no es el virus
la cuestión.

Deberíamos introducirnos
de lleno,

como en una pileta
repleta de agua

en nuestro, a veces, insondable
interior

así, descubriríamos 
cuán equivocados estuvimos, estamos
en tantas cuestiones.

Descubriríamos 
que no nos cuidamos lo suficiente,

que nos entregamos 
a sentimientos inconsistentes,

a los que llamamos amores, amistades
sin saber, sin pretender saber

si, en verdad
lo eran;

nos daríamos cuenta
de que consideramos amigos
a muchos que apenas, alcanzaban el rol de meros conocidos,
contactos,

tan ocasionales
como las personas
con quien nos cruzamos 
en las calles.

Apenas, unas palabras,
apenas, algún hecho

y esa idealización
quedaba al descubierto,
quedó al descubierto.

Y eso no sucede o no debería suceder
con los amores verdaderos,
con las amistades auténticas.

Extrañamos, de pronto,
aquellos lugares
que solo nos colmaban de placeres efímeros

sin entender,
sin tomar conciencia

de que la felicidad
estaba en esos pequeños
acontecimientos cotidianos,

descuidados por largo tiempo,

demasiado.

Por ello,
no se si sería tan bueno
volver a lo mismo,

al menos, en este sentido.

Revalorizar lo que tenemos,
los amores que sí son amores,
los amigos que sí son amigos.

Darnos cuenta
de cuánto menos necesitamos
para vivir, para obtener,
para consumir.

Ver

que reemplazamos agujeros
que dejamos pasar de largo,

profundos,
muy profundos

con objetos, pseudo-pasiones,
en algunos casos, planes de viajes costosísimos

que luego resultaron

impagables.

Hoy estamos con nosotros
más que nunca.

Y no resultó fácil.

Luego de un tiempo
nos fuimos habituando.

Ahora

la ansiedad nos domina
entonces, volvemos a enredarnos en promesas
de lo mismo que en estos meses
creímos haber superado;

el ser humano
cae una y otra vez

en las trampas
que él mismo se coloca.

Este tiempo
que queda

en soledad,
-algunos, en compañía-

sería bueno
resolver estos dilemas;

descubrir ¡al fin!
por qué cuesta tanto despegarnos

de lo que finalmente
nos perjudica, nos limita,
nos impide probar con algo distinto,

re-crearnos,
re-armarnos.

Ser lo que siempre fuimos

pero mejores

y más felices.


Cristina Del Gaudio

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