Conectarse.
¡Qué difícil!
que el interlocutor, quien sea,
entienda,
exactamente o en parte
qué quisimos decirle, sugerirle,
insinuarle;
no solo sucede
con el lenguaje escrito;
en la oralidad,
también aplica:
virtual
o personalmente;
¿qué hacer?
¿seguir y seguir
intentándolo?
¡uffff!, demasiado esfuerzo,
-por lo general, inútil-;
el receptor de turno
va a escuchar lo que quiere o puede escuchar;
va a leer lo que quiere
o puede leer
y comprender;
claro que se pierden personas:
algunas, valiosas,
queridas;
amistades
tal vez, de toda una vida,
por este obstáculo
nada menor,
de la incomunicación;
uno pude tratar
de remendar ciertos quiebres.
Pero son solo eso:
remiendos;
A la larga,
a la corta,
se deshilachan,
hasta romperse.
Aceptarlo.
No queda alternativa.
Y seguir
con lo de uno,
con sus propios remiendos
y elegir, ¡elegir!
cuál se dejará romper
para así
renovar la "tela";
y cuál o cuáles,
por qué motivos,
hasta cuándo,
seguirán
remendándose.