Si sigue estando
el perfume de esa flor;
si el árbol
resplandece de frescura,
de color, ¡de verano!
agita sus ramas
sin esperar abrazos;
si el cielo
luce azul, espléndidamente azul;
si en cambio,
se ven nubes,
si de pronto,
oscurecen
y esas gotas de las tormentas
de estación
comienzan a caer,
suaves, luego con más intensidad:
efímeras,
como las grandes pasiones;
si al rato, en efecto,
la tormenta desaparece,
regresan esos rayos de sol,
colándose poco a poco,
entre el cortinado nebuloso;
si tus ojos me miran de ese modo;
si tu boca, tremenda,
me hace temblar,
aún más que ayer;
si una imagen, un gesto,
una palabra,
enmudecen, sacuden,
despiertan lágrimas adormecidas;
-si el alma
estuvo por un tiempo
extraviada por allí-;
si de pronto,
uno se siente colmado de amor,
como si ese amor
lo empujara desde su interior;
impulsara a la garganta, a los labios
a contar, a decir, a gritarlo;
si urge demandar a las letras
la reproducción de esas sensaciones...
nada está perdido.
Es inexplicablemente, maravilloso,
todo parece que volviera al pasado.
Sin embargo, hay tantos cambios
que lo mejoran, ¡que superan a tantos recuerdos!
un nuevo despertar,
una sustitución de hábitos,
de falacias, de ciertos actos destructivos;
¡una absoluta renovación!
la convicción
de que esta es nuestra época,
este es el momento,
de decir, de no callar,
de hacer, de planear,
¡de gozar!
De vivir.
De ser.
¿Hace falta algo más?