Piedras en los bolsillos
como Virginia,(*)
hasta hundirme
para desoír
ese desfile incesante, ensordecedor,
una, otra vez,
de palabras, significados,
significantes-artificio;
¡piedras en los bolsillos!
poco a poco sentir el agua helada
royendo los huesos,
congelando los órganos,
hasta hundirme,
hasta que nada quede de mí,
ni mi imaginación;
piedras en los bolsillos
y ¡adiós, disconformidad!
¡adiós, búsqueda inacabable, voraz,
del vocablo apropiado!,
elegante
y vacío,
vulgar
y pleno de contenido;
como a ella
me desespera
esa búsqueda interminable
que nunca puede saciarse,
que nunca resulta suficiente,
no se llega a decir
lo que se pretende decir,
lo que no se pretende decir;
entiendo a Virginia.
Ella, amante de la literatura,
de la perfección literaria
como pocas, sobre todo en su tiempo,
hurgando y hurgando en su atribulada cabeza
"esa" expresión que necesitaba,
en busca de "esa" perfección
que no lograba o sí lograba
pero ella no estaba convencida.
Lástima.
Se fueron, tempranamente,
sus posibles próximas
genialidades;
imagino a ese río egoísta:
pletórico de letras,
melodías, lágrimas,
último hábitat
de una de las mejores poetas,
-al menos, en mi opinión-;
¿la habrán llorado
lo suficiente?
quizás, ella
desde alguna parte,
haya escrito algo
al respecto
y, como siempre lo hacía,
no cese de corregirlo.
(*) Me refiero a Virginia Woolf, escritora londinense. Nació en 1882 y falleció en Sussex en 1941. En una de sus obras,"Tres guineas", manifiesta: "Hay historias que cada generación debe contar de nuevo."