No se tenía en cuenta
tooooodo el tiempo
lo que se tenía,
lo que se deseaba,
-no por eso, carecíamos de deseos-;
deseos
sin desesperación,
sin urgencias,
sin reclamos,
sin comparaciones
ni competencias;
con la idea
de que algún día o no...
(no era trascendente).
Éramos felices
con poco, algo, nada;
éramos felices
porque no nos ocupábamos
en pensar en ello;
era natural,
¡éramos naturales!
la calle
no era un mundo incierto,
peligroso;
la calle, las veredas,
¡los potreros!
eran nuestro universo.
Miles de situaciones
ingeniosas
surgían, de no sé dónde,
de la nada,
de nuestra imaginación,
-aunque no lo sabíamos-;
no había preguntas incesantes,
no había temores recurrentes;
el otro, quien fuera
era uno
pues estábamos todos juntos,
así estuviéramos alejados;
ese otro tiempo
lo sabemos, no regresará;
el afán de poseer
¡y mostrar!
se apoderó
por completo del hombre;
no existe,
aunque se lo mencione(¿?)
el que sufre;
solo se finge
cierta conmiseración.
No existe
quien no posee
esto, un poco más
y más;
no existe
la empatía
-o solo en muy pocos casos-;
el amor, la ternura, la emoción,
¡la alegría!
el estar con alguien bien,
tranquilo,
solo por estar
compartiendo lo mínimo,
lo que fuera:
un helado,
una tarde de sol o de viento,
una corrida
tras una tormenta;
¡una carrera
hacia cualquier parte!
todo contaba
y nada contaba.
Todo era valioso,
así no fuéramos conscientes de ello;
cada día:
una idea, un juego,
una persona o más
¡o las mismas!
cada día:
una sonrisa,
un abrazo,
un tácito:
"estoy con vos",
-no importa por qué, ni en qué sitio
ni cómo- pero...
"¡vamos!"