lunes, noviembre 11, 2024

El olor de la ausencia

 Siguió y siguió

 persiguiendo los pasos


 de quien había olvidado

 su ruta,


 de quien se había extraviado

 en algún camino;


 ella también creyó

 haber perdido su rumbo:


 claro que se perdió

 pero volvió a encontrarse,


 cayó en el barro, resbaló en la nieve,


 se incorporó,


 retomó su objetivo

 aunque por momentos, lo olvidara;


 ella sabía que era por ahí,

 podía oler como un perro

 ese andar, esa vestimenta;


 esa presencia,

-¿esa ausencia?-


 que la perseguían desde hacía tiempo,

 desde siempre;


 en pos de ellas

 no desistía,


 la animaba

 el recuerdo de aquel abrazo,


 de otros, ¡de tantos!


 de esa exclusiva sonrisa,


 de esa calidez

 que la envolvía


 solo al rememorarla;


 la tormenta de nieve,

 cada vez más intensa;


 tuvo que refugiarse

 en una especie de caverna,


 su abrigo no era suficiente; 


 mas no abandonaría,


 ¡no esta vez!


 alguien pasó,

 una luz potente encegueció

 sus ojos, su discernimiento:


 y ahí se encontraba,

 de pronto,

 sentada junto a un desconocido, en su imponente camioneta;


 parecía un buen hombre,

 parecía interesarse por su estado,


 le ofreció

 contención, abrigo,


 le preguntó a dónde se dirigía:


ella mostró un papel

con una dirección


y le dijo:

-voy en busca de todo lo que me importa,


si muero en el intento,

da igual-;


el hombre

giró la cabeza y la miró con cierta compasión:


-Perdone, señora o señorita,

permítame decirle que todo lo que debería importarle

es usted misma, su salud, su vida-.


Ella sonrió débilmente:

-Él es mi vida, señor-.


Y siguieron por la ruta,


ambos, en silencio


¡la distancia era enorme!


mas ella lo sentía cada vez más cerca,


su corazón latía y latía


anticipándose a ese supuesto reencuentro.

Cristina Del Gaudio

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