Todo lo indica.
La muerte
en ocasiones, envía señales.
Ya se colocó sus negros guantes,
los más negros que uno podría imaginarse.
Lo rodea,
comienza su proceso,
absorbe, poco a poco
lo que resta de hálito de vida,
aniquila
la sombra de quien lo fue tanto
o así lo creyó y así lo creyeron muchos;
el cuerpo, delgadísimo,
la mente, despojada, vacía,
poco falta
para que se desplomen
y no haya retorno.
El:
quien tuvo mucho más que demasiados,
¡que tuvo demasiado,
dio demasiado,
proveyó de todo
a demasiados!
hoy
no recuerda nada
de ese antiguo poder:
todos esos cargos importantes,
esos bienes, esa libertad
de hacer y disponer,
ese reír despreocupado,
la risa de los que lograron
lo que la mayoría no logra,
la risa del triunfo,
de la sensación de seguridad
¿para siempre?
los años
se encargaron de quitarle
no sus posesiones,
no su dinero,
no su posibilidad de obtenerlo todo.
Le quitaron
sus recuerdos,
sus actividades,
¡su libertad!,
¡los rostros
de sus seres queridos!,
hoy, objetos
como cualquiera,
de los que ignora su nombre,
su procedencia, sus hábitos,
todo.
En fin, los años
llegaron durísimos,
como si se cobraran
aquella vida que seguramente varios
habrán envidiado;
hoy no puede hacer nada,
ni sus mínimas necesidades,
no es más que una sombra
que resistió cuanto pudo
mas ya olvidó cómo hacerlo.
La muerte lo aguarda
en la cabecera de su cama:
Suerte
que el hombre no puede ver ni escuchar
su risa terrorífica,
su risa triunfal.