domingo, mayo 04, 2025

Ante el aterrizaje de experiencias nefastas

 Será una frase repetida con insistencia


 pero acertada, ¡juro que es acertada!:


 el amor, -genuino, claro-


 todo lo cura, todo.


 Pienso en qué seria de mí si no tuviera a esas personas

 -aunque no crean que siempre me alientan o me apoyan-,

 

 mas siempre están,

 cuando padezco un mal físico o del alma,


 cuando ya no me parece increíble

 esta vista desde mi ventana,


 cuando los ojos se me llenan de lágrimas,

 quizás, por no habérmelas permitido


 en su momento.


 Hay clamores, hay resentimientos,


 ¡hay rabia, impotencia, dolor!


 provenientes desde muy lejos.


 Sin embargo, están ahí,

 ¡podrían palparse!


 en la cabeza, en el cuerpo,

 en el espíritu,


 insisten con ese ronroneo aturdidor,

 imparable; 


 nos parece, entonces,

 que algo, alguien, de ahora, de antes, de nunca


 nos detiene,

 ¡que lo seguirá haciendo!


 nos impide seguir

 con nuestros y solo nuestros

 empeños;


 nos impide

 reír con ganas,


 hacerlo todo,

¡lo que nos apasiona!


 con el mismo ímpetu;


 pero llega la mano en la espalda,

 la palabra justa, necesaria;


 esa palabra, esas palabras

 que plagiamos dentro de nosotros


 para acudir a ella, a ellas,

 en momentos de incertidumbre,


 de aterrizaje, nada forzoso,

 de experiencias nefastas: recientes, pasadas,

 ¡incluso, imaginarias!


 que creímos superadas


 pero no:


 ahí están,

 al acecho, en cualquier lugar,


 en el menos pensado recodo

 de nuestro interior;


 pero, insisto,


 acudir al amor

 es mejor, mucho mejor


 que cualquier medicamento;


 el amor verdadero nos hace sentir en casa,

 estando en cualquier parte.


 Ese amor


 no necesita de grandes exhibiciones,


 ni tiene que recordarnos, jamás,


 su permanencia


 por siempre.


 

Cristina Del Gaudio

Seguidores