Uno
se la pasa años,
-tal vez, demasiados-,
consintiendo,
naturalizando
cuestiones
difíciles,
duras de superar,
aún más adelante.
pero no lo sabe
o no quiere saberlo
quizás, prefiere tolerar lo que fuera
con tal de no ser rechazado,
¿con tal de no quedarse solo?
con el tiempo,
se va dando cuenta, -no todos-
de que puede ser,
¡finalmente!!
como en verdad es,
puede opinar,
puede aceptar o rechazar,
¡dejar de trivializar
maltratos del tipo que sean!
claro que su cabeza
quedó, inevitablemente,
impregnada de esa oscuridad
que muy probablemente
o seguramente
jamás mereció
padecer.
Menos, en silencio.
En fin, cuando se atreve a alzar la voz,
cuando se decide, finalmente
y afirma:
esto me molestó, me molesta,
esto no está bien,
soy así,
-tómenme o déjenme-
o frases por el estilo;
cuando no todo se reduce a frases,
sino actitudes, hechos, acciones
concretos
de los que ya no existen dudas
de que aquel que fue,
quien se mostró de un modo determinado,
por el motivo que sea
a pesar de que
no se vinculara con su esencia,
su modo de ver, de hacer, de tratar,
¡de tratarse!,
¡despertó!
¡derrumbe total!
la tan temida soledad
acude rápidamente,
más rápidamente
de lo que se imaginó;
casi nadie o nadie
necesita, requiere de alguien "real":
todos pretenden en los otros
proyecciones de sus propios gustos,
deseos, ¡indicaciones!
partícipes incondicionales,
cual corderos obedientes,
de sus propósitos,
de sus ideas.
En fin,
no convienen
aquellos que de pronto, reaccionan
¡los que "pretenden" ser diferentes!,
los que se liberan
de la manada;
¡los que gritan, sin miedo,
sus sentimientos,
sus dolores, sus rechazos,
su inminente huida de determinados sitios,
personas, actividades,
a los mil vientos!
y no,
no son bien vistos,
en ocasiones,
se los aparta;
se finge escucharlos, entenderlos...
Pero no.
Es el precio, -no queda alternativa-,
por sostener nuestra valía,
nuestras elecciones,
nuestra forma de vivir
nuestro renovado orgullo
al mirarnos al espejo,
¡al fin, reconociéndonos!