solo quiero sentir
odio.
No es un odio
que involucre ningún sentimiento.
Es un odio
ante esa imposibilidad,
ante la impotencia
de vivir, pensar, hacer
según otros determinan,
establecen, decretan.
Un odio
que jamás sentí,
ni pensé sentir.
Un odio
que por momentos,
me paraliza,
me atemoriza
aún más que cualquier peligro
más que la peste que azota,
más que los manipuladores
que pretenden controlarnos,
supervisarnos,
quitárnoslo todo,
ser nuestros esclavistas
y que les roguemos
por un pedazo de pan,
un poco de agua;
no podrán.
No podrán
porque este odio
deviene en fuerza,
una fuerza descomunal;
esa clase de odio
que a diferencia de otros,
exacerba el espíritu;
pues este odio
es defensa, es dignidad,
es ansias de reivindicación,
es clamor
de derechos,
es demanda
de justicia,
de libre albedrío,
¡es urgencia
de libertad!
me enorgullece
este odio.
No es dañino,
me empuja, me fortalece,
me recuerda
día tras día
quién soy,
qué pienso,
por qué tengo esta habilidad
o destino
de estar diciendo,
diciéndoles
esto.
¡Este odio
es pasión!
anti-sometimiento,
anti-cobardía.
Este odio
es amor
por nosotros mismos,
por lo que fuimos, somos, seremos,
por lo que no queremos, no debemos perder
jamás:
nuestras ideas,
nuestros propósitos,
¡nuestros ideales!
así,
en ocasiones, se vislumbren
desdibujados
entre fantasmagóricas
pesadillas.