sábado, abril 26, 2025

Llorar...

 Llorar


 por rabia,


 llorar

 

por injusticias,


 por decepciones;


 llorar

 por no saber qué hacer


 ni qué decir;


 llorar

 por lo que se creyó

 tener para siempre


 y un día 

 se perdió;


 llorar por lo inevitable,


 llorar por lo que pudo evitarse

 -o así se lo ve con el tiempo-;


 llorar

 

 entre árboles,

 en plena calle,


 con, sin testigos;


 en las veredas,

 engalanadas con hojas amarillas.


 Llorar

 porque es otoño,


 ¡se esperó tanto!


 mas esa dicha esperada

 no llegó, no se pudo;


 llorar por haber dejado de creer,

 llorar por creer que se debe dejar de creer;


 llorar


 por lo que quizás,

 no suceda,


 porque quizás sucedió

 en forma similar


 y no darse cuenta

 de que se trata solo de un triste recuerdo;


 llorar


 si el día es gris,


 llorar

 de emoción,


 ante esas pequeñas felicidades

 como un gesto, una palabra,

  un rayo de sol atravesando la ventana,


  un pájaro que sobrevuela

  majestuoso, frente al impecable telón azul;


  en ocasiones, alcanza

  con un café caliente,


  un abrazo, un beso,

  la palabra exacta que levanta,


 ¡que invita a resurgir!


 llorar 


 por miedo a volver 

 a aquello,


 llorar y reír al mismo tiempo

 cuando se sabe que no se volverá

 a aquello;


 en fin,


 llorar

 no es exclusivo de mujeres,


 ni de hombres,


 ni de niños.


 Cualquiera puede llorar

 si eso lo alivia,


 luego de arrojarse, por un momento,

 al pozo de la desesperación


 antes que las lágrimas

 lo limpiaran,


 ¡lo sanaran!


 ¿es la cabeza,

 es el corazón, el espíritu?


todo se reúne

en tal despliegue acuoso


que parecería


-solo parecería-


 no acabar


 jamás.




 

 



 


 

Cristina Del Gaudio

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