Puedo mirar, oler,
la lluvia;
puedo mirar y admirar
a esos impactantes árboles
aun celosos de su follaje
pese a la estación;
puedo ver esas plantas florecidas
esperando en el escaparate,
en las veredas
de ese vendedor de naturaleza
en macetas
y ansiar tenerlas todas
pero libres,
siempre libres;
que el viento, las tormentas,
el sol, la niebla
las recorran
como recorren
mis recovecos imaginarios,
mis recovecos
insaciables,
inabarcables;
ansiosos de su alimento,
de su cálida contención;
puedo escuchar
mil melodías
que antes te recordaban,
nos recordaban
y no.
Ya no pasa
eso del estrujamiento del estómago,
ya no más
la garganta cerrada,
los puños rígidos
ante la impotencia,
la terrible certidumbre
de habernos perdido
el uno al otro
sabedores
de que tarde o temprano
en verdad, ya muy tarde,
algo así ocurriría.
La cuestión
es que puedo seguir,
poner en movimiento
mi psiquis, mi poder creativo
o las ganas de que regrese;
puedo ser yo, la de antes
aunque no igual, muy similar
¡y sonreírle a la vida!
y cantarles canciones
a los recuerdos
pero solo, exclusivamente
a modo de despedida.
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