Hubo una vez
un mundo ingenuo,
un mundo de enamoramientos,
pasiones que parecían inextinguibles;
sueños, más sueños
y ninguna pesadilla.
Hubo en un tiempo,
la espera de esa señal,
de ese instante mágico, sublime:
el del primer beso;
pasaron cosas,
muchas, pletóricas de embelesamiento, entrega,
promesas, alegrías;
otras, no tanto;
quizás, ese final
no tuvo nada de feliz.
(pero eso es otra
historia).
Prefiero recordar
los papelitos que intercambiábamos
en ese pasillo,
junto al bebedero,
para que no se dieran cuenta;
¡cuánta emoción,
cuántos latidos al unísono,
cuánto de nuestra alma,
de nuestro corazón!
¡de nuestro ser!
en esos instantes,
días,
meses,
no importa
cuántos fueron
sino cómo.
Mi mente goza
cuando se traslada, por un rato,
a ese ayer
en que no había miedos,
ni cuestiones, ni problemas
que pudieran
contra aquello.
Pues en tremendo estado de éxtasis
casi nada o nada
nos preocupaba
ni a vos,
ni a mí;
jamás imaginamos
que se convertiría
en uno de los mejores capítulos
del libro de nuestra vida.
Para siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario