sábado, agosto 29, 2020

La ventana que daba a los pinos

 ¿Quién hubiera imaginado

que estaríamos más alejados

todavía;


que aún existía

una ínfima posibilidad


porque luego

todo acabaría?


ahora,

es solo sobrevivir,


alejados,

esta vez como nunca antes;


¿para siempre?


si hubiéramos sabido

tal vez, hubiéramos hecho las cosas

algo mejor;


no nos hubiéramos herido

de tal modo,


mucho menos,

vengado;


uno al otro,

uno en contra del otro;


ambos,

en contra de nosotros mismos;


¡con todo eso que sentíamos

o decíamos o deseábamos

o creíamos sentir!


no sé qué nos pasó,

no sé por qué me obstiné en ser la única,


lo más importante,

el centro

de tu vida;


¡qué absurdo!


hoy

ni siquiera puedo reunirme

con alguien querido, más o menos,


hoy


más solos

que nunca;


las personas 

temiéndose entre sí;


y temiendo castigos

en el caso de reunirse.


Un enemigo al acecho

que puede estar aquí, a mi lado,

allá afuera, en cualquier parte;


no hay modo

de saberlo con certeza.


¡Se desdibujaron tantas certezas!


¡y yo que te las pedía,

te las exigía!


¡si hubiera, siquiera, vislumbrado

esta catástrofe que en varios aspectos

nos iguala


a todos,

en todas partes!


Parece ser el fin,

al menos de lo que tuvimos, hicimos,

compartimos,

¡planeamos!


la obra teatral de nuestra vida

cambió, brusca, repentinamente


y sigue haciéndolo.


Apenas, restos

de un precámbrico pasado

ruedan como fardos de pasto

en días ventosos;


no más los cines,


ni mi café,

ni las servilletas

que a veces, la imaginación

llenaba de garabatos:


luego serían poemas,

cuentos, nada;


tampoco, la ventana inspiradora

que daba a los pinos.


¿Escapes?


es probable,

a la húmeda, pestilente

rutina,


al agobio,

a la soledad.


Pero queda algo


que impulsa,

no me permite soltarlo,

no lo hará


así, no pueda más

con mi cuerpo,


con mi espíritu;


es el arte,

la vocación, el amor 

a la escritura;


por eso, 

frases, palabras, letras


se entremezclan, se ordenan y desordenan

dentro de mi agotada cabeza,

insisten en despabilar mi pensamiento;


aunque me resista,

aunque no me alcancen las fuerzas.


Pues, mis sueños


un día


se volvieron

pesadillas.



miércoles, agosto 26, 2020

Habitar el instante

 Iluso el que piensa

en que yo lo cuido;


hay días 

en que apenas

puedo con mi existencia.


Cada despertar,

un nuevo temor,


un nuevo desafío

que vislumbro tan elevado,

tan inalcanzable;


entonces, me siento 

así de pequeña,


mucho más

que mi pequeño pino,


-que no es mío,

sino de la vida-.


Ingenuo

quien imagina

que lo protejo,


¡él, sin saberlo,

me hace sentir

protegida!


porque siempre está,

porque no teme a nada,


en tanto yo

en estos días amenazantes

permití que el miedo

extermine todo indicio, siquiera, mínimo,

de reconversión,


de resurrección

del espíritu, del pensamiento,


el que alimenta.


Acostarse, despertarse, de pronto,

volver a dormirse


entre pesadillas,

imágenes difusas,


se torna, invariablemente, perturbador;


en tanto él


con lluvia, viento,

sol, frío, calor,


con, sin mi presencia,

sin la presencia de nada, 

de nadie,


sigue allí,


porque nada espera,

porque a nadie espera.


No se anticipa al sufrimiento,

no se instala en el pasado;


asume su condición, vive sus cambios

mientras viva;


finalmente, concluyo:


no ansía, no teme, no añora

quien nada espera,


quien habita, únicamente, el instante;


quien ofrece,

a sabiendas o no,


lo mejor


de sí. 

martes, agosto 25, 2020

Siquiera, un momento

 Él, yo, todos

seguimos soñando.


Serán pesadillas,


lo serán

la mayoría de las veces;


pero seguimos soñando.


No te alcanzó,

no me alcanzó, 

ni me alcanza,


¡no nos alcanza!


queremos más realidades,

queremos recuperar aquel contacto,


ver nuestras respectivas sonrisas,

contagiarnos de ellas


y no poder parar de reírnos

hasta llorar;


no bastan los sueños

y las pesadillas aterran.


Solo dormir,


dormir, dormir 

¡poder dormir!


sin que los oscurantísimos fantasmas

de tantos seres, tantas injusticias, tantos miedos,

¡tantos muertos!


nos alcancen;


así, lo hagan

en el universo del subconsciente.


Por favor.


No pedimos, siquiera,

todo aquello, ni a todos aquellos,


no buscamos imposibles,

no deseamos imposibles,


no recordamos

-si es que tuvimos- ilusiones;


no, ya no.


Solo


un rato, un segundo,

poder encontrarse

con una persona querida,


¡verla entera, completa, 

dichosa!


un poco,

apenas, un poco

de sosiego,


un momento, una maravillosa,

invalorable fracción de tiempo


feliz.












miércoles, agosto 19, 2020

El sueño irreverente

Sigue.


Sigue socavando,

socavando,


se empeña

en consumir todo rastro;


pues, el alma

no renuncia,


no quiere,

no quiere, aún no quiere


ser acallada,

dormirse


para siempre.


Dormir

cien, mil años,


-¿y si no hubiera tiempo

para un nuevo despertar?-.


Convencí a la cabeza,

convencí al cuerpo, a la piel,


convencí a los labios, sedientos,

a todos los sentidos;


convencí a ese sueño, obstinado,

¡un sueño que cada día me propongo extinguir!


¡los convencí!


también a ellos,

a los otros,


a todos.


Pero sigue allí;


apenas, se vislumbra,

apenas, una micro-mínima imagen,

alguno que otro retrato que parece vívido,


una casi nula

esperanza.


Como sea,

sigue.


Y no lo sabe, claro.


Ignoro si siquiera lo sospecha,

ignoro si yo sigo dentro suyo


del mismo modo

o similar;


convencí a la cabeza,

al cuerpo, a la piel,

a los labios, los sentidos;


a ese sueño impostor,

irreverente;


lo diluí

como así, a otras ilusiones,


tantas.


Pero no pude,


no pude, ¡no podré!

con el alma.


Debilitada, despojada de su ancestral áurea,

sin expectativas, sin exageradas ansias


no sé por qué razón

o sinrazón


absolutamente irrenunciable,


empuja


y empuja.




.





martes, agosto 11, 2020

El olvido de la propia humanidad

Busco

¡desesperada!

son tantos
los rostros, los miembros
desfigurados;

abandonados,
¡abandonados!

casi sin culpa
o sin culpa

¿los atormentará
este crimen, imperdonable,
con el paso del tiempo?

rígidos,
helados.

La muerte
se regocija,
vive su fiesta

sobre esos cuerpos extintos,

que fueron abrazos, amores,
trabajos de todo tipo,
comidas, limpieza,
escritura, curaciones,

administración, leyes,
construcción de casas,
reparaciones, orden,

risas, llantos,
miedos, padecimientos,
goce;

los que acariciaron
una planta o más,

la o las cuidaron.

Cuerpos
que abrigaron, alimentaron bebés;

luego, abrazaron niños,
adolescentes, adultos,

amigos, vecinos,
conocidos;

todos

todos ellos,

son miles,
muchos miles;

¿cómo encontrarte?

¿cómo reconocer tu cara,
la de las tantas expresiones,

con esos ojos llenos de tanto,
colmados de pasión,
también ternura?

¿cómo identificar tus brazos cálidos,
siempre reconfortantes?

No sé por qué me tocó este lugar,

esta jamás imaginada, 
espantosa, aterradora
experiencia.

La de haber quedado
en medio de esta devastación.

Y ellos no.

Sola 

camino,
trato de no rozarlos,
temo lastimarlos

a pesar de saber
que nada sienten.

Sobreviviente

de la peor tragedia.

Ya no importa
si hubo o no culpables,

si se pudo detener
o no,

si se quiso detener
o no.

Si nos mintieron,
si nos torturaron.

Ya no importa nada.

Si vos, todos los que amaba,
amo

no están.

Si ni siquiera
puedo hallar sus restos,

si nadie se ocupó,

por miedo, por desinterés,
por conveniencia,
por negligencia,

por olvido de su propia humanidad

no les brindaron atención,
medicamentos, cuidados.

Tampoco, al menos, como un gesto,
un único gesto
en su homenaje, 

¡una merecida sepultura!

la más mínima ofrenda
en su memoria,

por lo poco, mucho
que pudieron, supieron dar;

por lo que soñaron, crearon,

fueron.








sábado, agosto 08, 2020

Miedo domesticado

¡La curiosidad!

¿a qué se debe ese humo,
ese fuego, esas llamas incontrolables?

la curiosidad

especialmente
en los niños;

entonces,
lo inesperado,

o esperado,
-nunca se sabe-

sucede.

De pronto, caen
sobre dos, tres pequeños,
paredes, vidrios, trozos de madera,
de metal

ante sus miradas atónitas,
aunque con un miedo, diría, domesticado,

de tan natural,
de tan cotidiano;

tristemente, habituados
a los ataques, atentados,
explosiones

bombas;

¡Y se salvan,
esta vez, ellos, entre tantos,
se salvan!

nada queda
de lo poco que les quedaba;

se los ve
casi en un estado de "normalidad",

¿resignación?

¿aceptación,
impasibilidad?

envueltos en una situación extrema
que a nosotros
nos resultaría inmanejable,
terrorífica;

ellos sí saben
de pérdidas;

ellos,
desde muy pequeños,

conviven con ese miedo,
esa angustia,
quizás, controlados,
quizás, asumidos

como parte de su destino
o ni siquiera.

Y esas sensaciones o no sensaciones,
apenas, asombro y casi ni eso,

cambió, cambia sus hábitos;

los volvió, los vuelve
más fríos,
más resistentes, en apariencia;

sus juegos,
sus juguetes

van cambiando,
van desapareciendo

nuevos juegos
serán los que tendrán que crear

¡y lo harán!

gracias a esa incansable,
fabulosa imaginación

tan particular
en los chicos,

todos,

en todo el mundo.

¡también ellos!

así, nos parezcan menos sensibles,
así, menos expectantes,
mucho menos asustadizos;

pase lo que pase,

estoy segura

¡siempre habrá un juego
con, sin juguetes!

con nada,

con todo,

que les devolverá,
una, otra vez,

esa tan vulnerada

inocencia.


domingo, agosto 02, 2020

El escudo protector

Cuando cambia la perspectiva,
se diluyen cuestiones
que nos acosaron durante mucho,
demasiado tiempo.

Pierde relevancia
aquello que nos pareció tan terrible,
inaceptable, imperdonable.

El amor, entonces,
nuevamente prevalece.

Y triunfa,
más allá de especulaciones,
resultados;

porque siempre está en nosotros,
porque siempre lo estuvo, así, lo pasáramos por alto,
consciente, inconscientemente.

Finalmente, se impone
y ya no podemos abstenernos
de ese halo, imposible de describir.

Dejan de ser trascendentes
devoluciones, recepciones,
rechazos.

El amor nos sostiene,
nos da motivos,
nos incita;

nos impulsa
a no ceder,
a seguir peleando,

a seguir,
como sea,
cuando sea,

también,
en las peores circunstancias;

es la fuerza arrolladora
contra la que ningún detractor,
ni refutador, ni con "pretensiones" de enemigo

puede.

Porque es más poderoso
que todo lo malo.

Porque si el amor nos arrulla,
el mal
no puede entrar en nosotros;

porque es nuestro escudo
protector,

el más brillante,

el más confiable;

pues, proviene de nuestro interior,

si no amamos, no podemos hacer nada,

o sí
pero nunca es ni será lo mismo;

será un fingimiento de existencia
y eso, -ya sabemos-, ¡no nos alcanza!

sentir ese amor
por otros, los que están,
los que ya no están

por alejamiento, momentáneo o no,

por partir quién sabe a qué sitios
absolutamente insondables,

definitivos;

el amor por este pino,
el otro árbol, un poco más alejado
y aquel otro y tantos
en tantos lugares

aquí, en todo el mundo;

¡el amor por esa nobleza natural
desinteresada, vivificante!

todo ello nos colmó, nos elevó,

¡nos incentivó siempre
y seguirá haciéndolo!

porque el amor no renuncia, no decae,
no acaba nunca,

no muere,

si es amor

pero de verdad.

Cristina Del Gaudio

Seguidores