Iluso el que piensa
en que yo lo cuido;
hay días
en que apenas
puedo con mi existencia.
Cada despertar,
un nuevo temor,
un nuevo desafío
que vislumbro tan elevado,
tan inalcanzable;
entonces, me siento
así de pequeña,
mucho más
que mi pequeño pino,
-que no es mío,
sino de la vida-.
Ingenuo
quien imagina
que lo protejo,
¡él, sin saberlo,
me hace sentir
protegida!
porque siempre está,
porque no teme a nada,
en tanto yo
en estos días amenazantes
permití que el miedo
extermine todo indicio, siquiera, mínimo,
de reconversión,
de resurrección
del espíritu, del pensamiento,
el que alimenta.
Acostarse, despertarse, de pronto,
volver a dormirse
entre pesadillas,
imágenes difusas,
se torna, invariablemente, perturbador;
en tanto él
con lluvia, viento,
sol, frío, calor,
con, sin mi presencia,
sin la presencia de nada,
de nadie,
sigue allí,
porque nada espera,
porque a nadie espera.
No se anticipa al sufrimiento,
no se instala en el pasado;
asume su condición, vive sus cambios
mientras viva;
finalmente, concluyo:
no ansía, no teme, no añora
quien nada espera,
quien habita, únicamente, el instante;
quien ofrece,
a sabiendas o no,
lo mejor
de sí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario