"Cuando el amor
os haga señas, seguidlo"
-digo, parafraseando al gran poeta Khalil Gibrán-;
lo seguí,
nunca renuncié
a su atrapante
destello de emociones;
nunca me resistí
a sus embriagadoras promesas,
a sus ardientes expresiones,
a su desbordante despliegue pasional,
a su desenfreno;
aunque también
tuve que ser fuerte
para sobrellevar
las tantas decepciones,
las mentiras
que negaba o me negaba,
y finalmente,
se hacían evidentes;
pero no me arrepiento.
Lo vivido, el universo mágico
en el que, por largo tiempo, años
fui uno de sus privilegiados
huéspedes,
no puede compararse
a unas lastimosas lágrimas,
a ese estado horrible de abandono
que con el tiempo
se reduce, apenas,
a meros efectos residuales,
para luego olvidarse
o hacer como que se olvida
y seguir.
Siempre
un nuevo amor
esperando,
siempre una nueva posibilidad
de volver a creer,
de estallar, de aislarse de todo
para encerrarse en ese pequeño box
de aparente felicidad,
dure lo que dure.
Y si ese amor u otro,
destinado a quien sea
se extinguió, se extingue
quedará el más importante,
el que nos colma;
incondicional, como ninguno,
nos acepta tal como somos,
nos abraza
hasta el último de nuestros días:
claro,
¡me refiero al auto-amor!
No hay comentarios:
Publicar un comentario