¡Qué penoso
pretender ser otra persona!
en tanto, ese otro
al que se envidia, se considera pleno,
feliz,
quizás, como todos,
no tenga esa vida perfecta
que podría imaginarse;
tal vez, muy diferente,
en varios aspectos,
a lo que el envidioso supone;
pero no solo se envidian
los bienes materiales,
también, el talento,
las habilidades,
la capacidad de hacer
lo que fuera, muy bien
o lo mejor que puede;
¿por qué no hacer
en lugar de observar qué hace el pro-activo,
supuestamente exitoso?
¿por qué no convertirse en uno más,
en el rubro que sea, según los gustos, las inclinaciones,
las condiciones particulares?
ayudaría enfocarse a pleno
en sus aptitudes (y actitudes),
dejar las sombras,
salir de la comodidad de la observación inactiva
y empeñarse,
así cueste, así lleve meses, años,
pero nunca renunciar
a lo propio;
nunca resignarlo
en pos de la burda imitación desidiosa
de aquel a quien se considera un triunfador,
cuando simplemente,
no cesó en su búsqueda,
lo intentó todo,
lo sigue haciendo
y tal vez, lo haya conseguido,
o no,
pero nunca
desistió;
es tan distinto verlo como a un ejemplo,
no a un rival,
¡no lo es!
así se dedique a una actividad
similar a la del que admira y detesta
al mismo tiempo,
podría lograrlo también;
es simple: entregarse a su esencia,
ser quien es,
tenga o no que ver con lo que son
los demás;
pero convencido,
plenamente convencido
de que está haciendo lo que tiene que hacer,
lo que sabe hacer, lo que disfruta, ama,
¡concretar, al fin, sus propios sueños!
estar orgulloso de sus logros,
sentirse seguro de sí,
de lo que se puede, de su misión,
-todos la tenemos-
en esta tierra.
Es la base
de todo.
Su fuerza espiritual
y la de cada uno
es la que marca,
definitivamente,
nuestra condición de seres particulares,
irrepetibles,
y absolutamente
irreemplazables.
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