Cuesta
sostener
el perfume de la flor,
no volverse pantano;
cuesta
sostener
el aliento revitalizador
de esos verdes árboles,
también, el golpeteo del viento,
las furiosas tormentas;
cuesta
sostenerse.
En lo "bueno",
en lo "malo".
¿Acaso es bueno el calor del sol
y es malo el azote del viento?
depende.
Es bueno, supongo,
corregir, cambiar, quizás,
la actitud,
sin renunciar, claro, a nuestro particular modo de ver,
de sentir,
¡de ser!
eso
es lo que, en verdad,
cuesta sostener;
en días de fiesta,
en días de agonía,
somos lo que somos
y ese es nuestro don, nuestro poder,
nuestro propio juego;
somos fuertes,
somos débiles, en ocasiones,
somos capaces
en tantas circunstancias,
de resistir;
aun en lo imposible
o en lo que así consideramos;
nada lo es.
Hacerlo todo, ¡todo!
en pos de alcanzar el ancestral sueño,
de acunarlo,
para luego dejarlo volar;
lo mismo, ese deseo que oprime,
postergado, postergado y postergado;
hacerlo todo, ¡todo!
no importa si lo logramos
o si no lo logramos exactamente
como quisiéramos;
importa intentar,
importa transpirar, esforzarse,
jamás abandonar la partida;
importa
la alegría genuina,
la indudable convicción interna
de haber batallado,
así, no se alcancen el o los ansiado/s trofeo/s;
el haber amado hasta desarmarse,
-mas nunca des-amarse-;
así, se haya intentado o se intente
llegar al peldaño más alto
¡para caernos estrepitosamente!;
habernos atrevido a combatir
nuestros reiterados temores,
prejuicios, ¡impedimentos!
es haber ganado.
¡Definitivamente!
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