lunes, noviembre 21, 2022

Entre la exuberancia y el despojo

 Otra vez

 apenas, unas ramas

 casi desnudas:


la lluvia, el viento,

se llevaron los dones de mi enredadera;


sus flores, las que quedaban,

salpicadas entre los rieles de las vías,


algunas, en las veredas cercanas;


ella, de todos modos,

no cesará en su insistencia:


nuevas flores,

nuevas hojas verdes,


más lindas,

más frescas,


surgirán

en breve tiempo;


volverán a embellecer

ese rincón olvidado


que pocos conocen

o advirtieron;


pero eso

a ella tampoco le preocupa;


renovará, en efecto,

su verde,

su tiara de campanillas


para brillar como nunca,

como siempre;


nadie la colocó,

nadie la plantó allí;


quizás, cierta ventisca

depositó sus semillas;


hace años

que me detengo ante ella,

cada vez que paso;


admiro

sus continuas, incondicionales,

mutaciones;


me alegro

cuando la veo renacer,


luego de alguna tormenta;


¡jamás 

interrumpe su renovación!


¡tenemos tanto 

que aprender 

de ese regalo de la vida


que bordea, sin pedirlo,

sin esperar nada,

las vías del tren!;


sigue los designios climáticos

y nunca es la misma;


no llora su follaje

caído,


aun ignorando

que se cubrirá enseguida o al tiempo

de uno nuevo, tal vez, mejor


que también

un día perecerá;


se aplastarán hojas, flores, ramas,

bajo las pisadas de la gente,


la que nunca se detuvo ni detiene

tampoco, en sus días de esplendor;


así, nosotros,


con nuestras pérdidas,

desdén, rechazos,  

sacudidas,


al igual que la bella corona violácea

-pero a sabiendas-,


deberíamos ignorar

todos esos pensamientos negativos,


el miedo

a no poder recuperarnos,


a no poder reincidir,

comenzar de nuevo,


¡siempre se puede!


enfocar en lo que viene:

quizás, sea igual o mejor todavía


-como sucede

con la enredadera-;


no cesar en nuestro propio ciclo,

no decaer, así intenten pisotear, de un modo u otro

nuestro esfuerzo, nuestro trabajo,


nuestro ímpetu,


¡nuestros sueños!



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Cristina Del Gaudio

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