¡Y llegaremos a viejos!
quizás, en esa instancia
ni nos recordemos el uno al otro;
y no hay ni habrá, al parecer,
ni una palabra, un gesto,
nada
de tu parte;
¡después de todo aquello,
después de tanto de tanto de tanto!
ni su recuerdo
te impulsará
a hacerte ver, leer, ¡algo!
no sé si me perdonaste,
no quisiera morir
sin saber siquiera eso...
Los años siguen pasando,
no somos ni seremos eternos,
mas preferís tu silencio
a ceder,
¡no vaya a ser
que yo crea que todavía me pensás!
mucho menos,
si sentís algo,
siquiera, un cosquilleo
en el estómago, en el alma,
cuando se menciona mi nombre,
cuando la cabeza, la imaginación
te lo recuerdan;
mas tu corazón
permanece impávido,
supongo, congelado,
tal vez, no sé,
invadido por el resentimiento.
Probablemente,
llegue el instante en que te des cuenta
de que nada, ¡nada!
ni esas u otras discusiones,
¡ni todo ese amor,
toda esa pasión, todos esos sueños,
todo!
valieron la pena.
(En la soledad,
-acompañada o no-
de tus últimos momentos).
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