Fundar el propósito,
-o refundarlo-;
correr hacia sus promisorios
designios,
¡correr, correr, no dejar de correr!
para luego detenerse,
reiniciar la recolección de los frutos de los árboles
del camino;
mas nunca, ¡nunca!
abandonar, siquiera, el recuerdo
del por qué
estamos,
del por qué
hicimos siempre lo mismo
o casi lo mismo,
o no lo hicimos
pero apuntamos a ello;
para luego o al tiempo
concretarlo;
es preciso no olvidar
cuán felices nos hizo
el resultado
de tal vez, cierta fatigosa búsqueda;
no olvidar
todos los gestos, las devoluciones,
ese grito de alegría
que no se ve
pero se palpa,
brilla dentro dentro del corazón;
si nos detenemos
que sea para reunir las fuerzas
mas nunca permitirnos olvidar,
por ningún motivo,
ya sea en medio de lágrimas,
indecisiones, temores,
¡como sea!
el propósito.
Algo tapado por el polvo
del casi olvido
podrá, deberá
rescatarse
¡y nuevamente,
el cielo en nuestras manos!,
la certeza absoluta
de reconocernos vivos,
tal cual somos,
cada uno con su particularidad,
su don, su legado;
cada uno frente a sí
mismo,
diciéndose,
repitiéndose:
esto quise ser,
esto soy,
¡esto volveré a ser!
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