De los pocos
o algunos más
que alcancé
a gozar,
¡uh! miles de experiencias;
¡libros clásicos
en papel!
jamás podrán ser reemplazados.
¡Cuántas emociones,
cuántas lágrimas,
qué maravillosos y verídicos
pactos con el autor!
cómo volaba, cuánto volaba,
entonces,
la imaginación;
también había mucho de incomprensión
o una comprensión distinta,
particularmente, cuando los tuve en mis manos
siendo muy joven;
hoy llegan a nosotros
en versiones más actualizadas,
algunas, impecables,
de muy alto costo,
pero siempre producen las mismas ganas,
nos invitan a volar, a soñar, a recordar,
a sentirnos identificados;
el releer lo tantas veces leído, pensado,
reescrito por nuestra inquieta, ávida, mente;
el bagaje de experiencias
edifica nuevos significados
para los mismos textos;
resignifica ciertos valores,
determinadas ideas,
¡muchos de ellos nos parecen tan antiguos,
tan caducos!
el tiempo pasó.
Y pese a los cambios en las formas de comunicarse,
en el uso del vocabulario, en los distintos soportes,
en medio de la entreverada red virtual,
pese a todo y a todos
nada hubo ni hay ni habrá
como sumergirse por completo
en las páginas de esos clásicos,
llamados de ese modo
pues siempre tienen algo que decirnos,
algo que hacernos ver,
cualquiera sea nuestra edad, nuestras vivencias,
nuestra educación, nuestra situación social;
aportan expresiones en pos de referirse a distintas situaciones
que pueden o podrían ser disparadoras
de nuevos pensamientos,
de renovadas historias.
¡Cuántas recreaciones se han hecho
por escrito o en videos, films
de tantas obras que datan de siglos pretéritos!
pero los clásicos,
los buenos clásicos
siempre tienen actualidad,
así, se hayan aplicado términos hoy en desuso,
la vigencia
que sostiene
que siempre sostendrá
la vida del hombre común,
del rico, del poderoso, del humilde,
del ignorante, del sabio,
del enamorado, del que pena por amor,
ese iluso adolescente que sueña
con quien lo rechaza
en tanto, desoye el canto desesperado
de quien vive y muere por él;
las injusticias, los odios, aun entre parientes,
amigos,
la deshumanización
ante situaciones límite;
el hombre ha sido
y es casi en todo o en todo
prácticamente igual;
solo cambian ciertas modas y modismos,
ciertas manera de hacer,
de expresarse, de gesticular.
Pero la realidad, el mundo interior
del hombre, por ejemplo, del siglo XVI,
- haya sido cual haya sido su estrato socio-económico-cultural-
no dista demasiado de la de nuestro siglo.
Los padecimientos, los abandonos,
las traiciones, las pérdidas, las enfermedades,
los amores compartidos, los desamores,
la juventud,
la vejez,
el desamparo, las glorias,
las risas, los llantos
tienen mucho o todo que ver
con quien lee, vive o recuerda alguna de esas instancias
justo justo en el momento en que el autor
¡como si aquel reviviera!
ignorante, desde ya, de su presencia,
de su atención
se lo dijera a sus ojos,
a su sentir, a sus carencias,
a su entendimiento.
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