Brillante
como quizás,
deseo recordarte;
la mirada centelleante,
también, tu atuendo,
como si un halo de luz, enceguecedor
te hubiera sido destinado
en ese preciso momento,
cuando yo te miraba
y te admiraba
como antes,
como en aquellos tiempos
que cada vez parecen más y más lejanos;
¡qué refrescante,
cuán motivador
el haber amado de ese modo!
¡qué inexplicable, maravillosa sensación
la de haberse sentido elegida,
la más bella,
fuerte, poderosa!
claro que pudo haber sido
-o lo fue-
una ilusión.
Se extinguió
cuando tuvo que extinguirse.
¿Importa eso ahora,
envueltos en rutinas, combinadas con pobres ensayos de ciertos placeres,
asfixiados por el miedo,
por las agobiantes precauciones que nunca son suficientes,
mareados en un torbellino de verdades que nos arrojan desde todos los medios,
verdades que cada vez se asemejan más a las mentiras,
atontados en medio de una especie de niebla
en la que reptan, invisibles y visibles,
tantos peligros,
aún, la propia muerte?
claro que la muerte
siempre transitó, transita a nuestro lado,
desde que nacemos
a la vida.
¡Alucinante, adorada, sorprendente vida!
¿cómo pudiste volverte tan amenazante?
¿cuánto daño te hicimos
para que el clima se haya vuelto tan hostil,
para que tantas pestes,
tantos males,
y sus consecuencias,
más o menos palpables
se hayan convertido en fantasmales pesadillas
dormidos y despiertos?
claro que el hombre,
-nosotros-,
tuvimos que ver.
Directa o indirectamente,
conscientes o no tanto
o absolutamente inconscientes.
Y aquí estamos,
agradeciendo un día más,
rogando por un día más.
Miro a mi alrededor
y me sobresalto,
mi mente aún no puede procesar
el incesante desfile de barbijos.
Miro y me desespera
ese hacer de cuenta de tantos
de que todo sigue igual,
¡sabemos o algunos saben
que no es así!
ignoro si esto acabará,
ignoro si lo veremos acabar,
si regresarán
días, encuentros, actividades
hoy añorados.
No sé si volveremos a encontrarnos,
de la manera en que sea,
no quiero pensar ni por un instante
en que no.
Supongo que puedo,
que podría soportar lo que fuera
con excepción de la absoluta certeza
de no volver a verte,
ni a escucharte, ni a leerte
nunca más.
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