¿Qué sucede
con esa inclinación obsesiva,
excesiva
de parecerse a otro:
tener el vestido de...
tener los ojos de...
tener los labios de...
o lo que fuera?
(incluye bienes materiales).
Pregunto
por si alguno lo entiende.
Nunca siquiera se me cruzó
por la cabeza
ser un otro, en ningún sentido,
ni vestir como un otro,
ni tener algún rasgo físico similar a un otro,
ni la vocación de otro, ni el trabajo de otro,
ni el talento, ni la risa, ni otros dones.
Nada de nada
de ninguno.
Siempre fui, soy yo
con mis más y mis muchos menos.
Por eso, me cuesta comprenderlo
y aceptarlo.
En un mundo
en que lo visual reina y gobierna,
parecer ser imperativo
querer demostrar o mostrar o fingir,
-porque de eso se trata-;
elegir a alguien
como objeto de admiración
e imitación,
en detrimento
de los propios valores,
de la autoestima;
¿qué pasa con esa cuestión?
todo radica
en re-verse en el espejo,
reencontrarse con uno,
saber que no es solo lo físico
ni lo material
lo que define, delimita
quien se es
realmente.
Todos somos diferentes,
cada uno lo es respecto a los demás.
Si no se cuidan esas particularidades,
si no se sostienen,
si no se defienden
el ser individual
se pierde.
Y se transforma en una réplica:
la boca de tal actriz,
el peinado de aquella,
en algunos casos, se admira y envidia el éxito,
el estilo de vida, -según lo que muestra- de cierto artista,
deportista, médico, abogado,
quien sea;
así, se ignora,
se subestima
lo peculiar, capaz, inteligente,
creativo, amoroso, bello
que puede ser uno, cualquiera,
¡todos!
cuando es,
cuando son
¡de verdad!
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