detendrá
este impulso
por hacer
lo que vine a hacer;
o así lo creí siempre
-y sigo creyéndolo-;
ni la lluvia torrencial,
ni el viento más poderoso,
ni los truenos más temerarios
podrán
con mi felicidad,
mi pequeña felicidad
de dibujar historias,
diseñadas con signos
con, sin significado
provenientes de pensamientos,
de la imaginación,
de sueños,
de ilusiones,
sin grandes expectativas
pero sí esperanzas.
Si bien es domingo
y cabría deprimirse
no lo haré,
pues esta tempestad no volverá,
este instante precioso en que tecleo esto
es y será único,
no puedo perderme nada,
no debería perderme nada,
si amo de este modo a la naturaleza,
en todos sus estados,
los árboles, florecidos, verdes,
despojados de follaje,
como sea;
las gotas azotando
para luego recorrer
el ventanal
también son parte
de esa frescura, esa renovación
que nos son ofrecidas,
por alguna razón,
sin ninguna.
Recrearé en mi mente
instancias de fiesta genuina,
de risas, de abrazos poderosos,
como si el sol más brillante
estallara en el cielo;
nada, en absoluto
cambiará,
si dejamos que el tedio, la abulia
nos capturen;
si cedemos al descontento,
a la pena,
a la desazón;
claro que no olvido
la situación dificilísima
de tantos
que no tienen vivienda,
que deambulan por las calles
en busca de refugio,
o viven en lugares muy precarios,
víctimas
cada vez más seguido,
de inundaciones,
de tantas carencias;
pensemos en ellos,
pidamos por ellos,
tenemos un techo,
podemos respirar el aire purificado
¡sentirnos vivos!
podemos remontarnos al pasado
o a un pasado no tan lejano,
¡recordar los tantos momentos
buenos,
dejar a un lado los difíciles,
los tristes!
y nuestros ojos
pueden, deberían
brillar, sonreír,
siempre
esté como esté
el clima.
Nuestros ojos
deberían
siempre
-al menos, intentarlo-
sonreír.
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