Se desdibujan
con el tiempo
los rostros,
las miradas;
van olvidándose
ciertas o varias palabras;
es así
que nuestra mente
completa esos puntos suspensivos,
pone énfasis,
pone animosidad,
pone risas,
pone sentimientos,
pone enojos, desengaños,
donde
no los hubo
o no fueron
tal como la imaginación
diseña o rediseña
ese pasado,
esa historia;
tal vez,
para autoconvencernos
de que no fue tan terrible
esto, aquello,
de que esa persona,
esa situación compartida
o no
fue divertida,
emocionante,
¡digna
de contarse!
digna
de reproducirse
verbalmente
o por escrito;
finalmente,
no existe un solo pasado.
Cada uno se lo devolverá
y lo devolverá
según sus experiencias,
según cómo le afectaron
determinados sucesos,
según cuánto significó alguien
-o sigue significando-
en sus vidas;
aunque la verdad
siempre anida
en algún hueco
oculto, oscuro, negado
de la memoria;
incluso, en ocasiones,
uno mismo cree
que está relatando
lo que en efecto, sucedió,
olvidando
que fabuló
bastante,
probablemente,
casi toda la narración;
esto no sería problema
en el caso de los poetas, escritores;
nunca se sabrá
qué hay de verdadero,
-si lo hay-
cuánto de ficción,
en sus líneas
y en ese caso
en particular,
será el lector
quien elija creer o no,
proponer
otra trama,
armar el puzzle
a su antojo,
imprimir
un final distinto,
un final
elegido
a su criterio,
"el que debió ser",
para él.
Nada es totalmente cierto
ni en lo que puede confiarnos
un amigo, un pariente, un vecino
quien sea;
todos jugamos
a inventar, a recrear,
quizás,
este juego
nos aliviane,
de algún modo,
el acuciante
existir.
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