Me preguntaba
por qué me atraía,
me atrae
siempre
el mismo bar,
rodeado de las mismas calles,
con sus inmensos ventanales,
desde donde puedo ver a esos árboles
hoy verdes,
por la proximidad
del verano.
En fin,
no es tanto el sitio,
ni el café
que no siempre es bueno.
Es el recuerdo
de aquellas charlas
en esa misma mesa,
tus ojos, tu voz,
tu mano,
tu compañía,
aun me esperan
allí,
-o así quiero imaginarlo-.
Tu mirada
se encuentra con la mía,
se confunde,
se convierten
en una sola.
No importa la calidad del café,
ni de las medialunas, ni de lo que fuera;
no importa tampoco
todo lo demás
que está fuera
de ese lugar,
fuera de mi alcance;
de todos modos,
solo puedo pensarlo,
fantasear
con un nuevo encuentro
-siquiera, virtual-.
Nada más que eso.
Hay días en que es mucho,
hay otros
en que es nada.
(las lágrimas que intento disimular
sabrían explicarlo mejor).
De todos modos,
no es el único lugar
en que estás presente:
hay otras calles
en otros barrios
por donde caminaste,
por las que nunca caminé
o tal vez lo hice, no sé...
siempre retornas
a mí,
aunque no se te vea,
ni se te lea, ni se te escuche.
(Habitás en mi corazón
desde hace tiempo);
Cuando regreso
a la que supuestamente, es mi casa,
al cerrar la puerta,
siento que te dejo afuera.
¿Esperándome?
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