Admiro enormemente
a las personas que luchan,
les pase lo que les pase;
las que pese al miedo,
no se detienen;
lloran, claro,
sufren, claro,
mas siguen,
se reinician,
como pueden;
se auto-motivan
y confían,
en principio, en ellas;
rezan con fe,
-no por hábito
ni por las dudas-;
esas personas
me dan fuerzas,
¡me humanizan!
me impulsan
a no decaer, a no dejarme vencer,
a no entristecerme
por banalidades,
ni por cosas más importantes;
¡me invitan a la vida!
entonces, ocurre algo maravilloso:
la vida compensa,
la vida nos muestra su más precioso y preciado
lado,
nos acuna en sus brazos,
canta nuestra canción favorita;
impulsa a dar ese gran salto,
a abandonar la desidia;
esa gente, la que en verdad padece
y mucho
debería canonizarse,
cuando llegue el momento;
no los curas o como se los llame,
con sus miserias, sus engañosos dogmas,
¡su gran negocio de atemorizar!
de someter
a tantos a sus absurdos relatos;
ellos no representan a ningún dios.
Los que padecen, los que realmente padecen,
los que enfrentan dificultades muy penosas,
día tras día,
sí representan
la fuerza poderosa de la resistencia,
¡del amor!
por sí mismos,
por los demás;
¡nos lo contagian!
ahí, a su par,
sin dudas,
caminan los dioses.
Sencillamente precioso, encontré un tesoro sin querer.
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