Cuesta reírse
en estos momentos;
cuesta dejar
esa sensación
nunca tan presente
de nuestra innegable vulnerabilidad;
cuesta
remontar vuelo,
inspirarse, componer versos,
bocetear pinturas,
tararear melodías
que serán o no
próximas canciones;
cuesta,
esta vez cuesta
no estamos preparados
no solo es la economía,
ni los recursos;
nunca vivimos
algo así,
nunca sentimos
esto de que se nos hayan caído
como diez pianos encima
y no sabemos,
¡no sabemos!
si lograremos
sobrevivir.
Lo desconocido,
lo dijo ya Lucrecio, antes de Cristo,
asusta;
conocerlo
un poco más,
saber cómo prevenirlo,
saber qué hacer
y qué hacemos mal
y revertirlo
llevará su tiempo.
Nos asusta
no saber cuánto será ese tiempo,
¿meses? ¿un año?
¿más, mucho más?
nos aterra
perder a nuestros seres queridos,
no verlos más,
de un día para el otro
y no poder hacer nada
salvo confiar, esperar,
rezar
para los que creen;
acatar los mandatos del universo,
tratar de entender el por qué,
¿qué nos aporta este mal?
¿qué teníamos, tenemos que aprender?
¿qué deberíamos cambiar,
transformar?
purificar nuestro espíritu
supongo, sería un buen comienzo;
no volcar nuestra oscuridad
en otros,
brindarles, -aunque estemos
muy para abajo-
nuestro apoyo,
nuestras palabras que no son poco,
cierta idea de la posibilidad
de terminar cuanto antes con esto,
de volver a aquello
pero, ojalá, mejores,
más maduros,
más conscientes,
más humanos;
suprimiendo el ancestral temor
a dar, demostrar, decir, sentir
en exceso.
No es tarde.
Hoy mismo
podés, podemos
empezar.
Todavía está, quizás,
alguno de tus padres,
o ambos;
todavía,
algún abuelo, abuela,
en el caso de los más jóvenes;
tus amigos
de la vida,
tus amigos
de las redes;
hoy podríamos iniciar
ese empeño en depurar el espíritu
que redundará, de un modo u otro
¡de mil modos!
en ellos
y sin lugar a dudas,
también, en nosotros.
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