Me molestaban
los rituales diarios,
los ruidos de los vecinos,
ciertos comportamientos
de uno,
de otro;
me irritaba
por todo o casi todo,
bloqueé a muchos
por nada
y me parecía
lo "justo";
hoy
desde el encierro obligado,
-la llave, en manos de un enemigo invisible-,
veo todo tan distinto,
veo de verdad,
¡veo, percibo, siento
de verdad!
y en esas palabras de aliento,
en esos corazones u otros dibujos,
en esos abrazos virtuales
que no son lo mismo, claro,
pero son...
veo.
Me veo.
Y todo se relativiza
increíblemente.
Todo lo que pude haber soñado,
anhelado, proyectado
se reduce
a estar viva,
a que ellos, los que amo,
los que me aman
los que me conocen,
los que no me conocen,
aquellos con los que confronté
por trivialidades,
¡por política, por políticos!
estén vivos.
Todo
se reduce
a estar, a que no dejen de estar,
a que no dejen de ser,
a que no se sientan,
no nos sintamos
nadie,
ni solos ni desvalidos,
menos, desahuciados.
Es horrible,
por momentos, genera angustia,
ansiedad, un miedo irrefrenable
pero podemos.
Pudimos con pérdidas
irreparables.
Pudimos con enfermedades
de seres amados,
con sus fallecimientos.
Con ese seguir siendo y haciendo
con su falta y todo,
con el extrañamiento diario,
así, hayan pasado años;
pudimos con el desdén
de quien tanto amábamos,
con el abandono,
con el desengaño,
con la crueldad
de muchos, de tantos;
pudimos con nuestra cabeza
antes,
pudimos pararla,
nos costó y mucho
pero la paramos
y logramos pensar en frío
y poder seguir.
Lo mismo, ahora.
No controlamos nada
o casi nada,
nada.
Hagamos lo que podemos,
seamos valientes, siquiera un poco,
siquiera por quienes lo fueron antes,
por nuestros antepasados,
por la gente que hizo tanto
por nuestra tierra;
por ellos, por nosotros,
por encontrarnos un día
y enfrentarnos a un nuevo destino,
a una nueva mirada,
¡a un nuevo mundo!
Podremos.
Sabemos hacerlo.
Lo haremos.
El amor
puede con todo,
siempre pudo.
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