Eficaz,
eficiente,
siempre impecable,
ni una sola pelusa
sobre ninguna de sus prendas
por cierto, muy costosas;
de caminar firme,
pasos seguros,
como sabiendo siempre
hacia dónde iba,
hacia dónde debía ir;
sus empleados
se sentían a salvo
con su presencia,
aun
cuando tantas veces los maltrataba;
su palabra: indiscutible,
sus decisiones: incuestionables,
¡ella era la reina
de ese lugar!
o así la consideraban
aquellos a los que había convencido;
particularmente,
nunca me convencieron, ni me convencen
los "perfectos";
siempre supe
que como a un globo
un pequeño alfiler
puede hacerlos explotar;
nunca creí
eso de ser "infalible",
siempre preferí mis defectos,
-incluso, los defendí-,
a mis supuestas virtudes;
pues a esa no-perfección,
debo quien soy, lo que hago,
como pienso, siento;
¡le debo estar viva!
jamás me importó
revelar mis temores, mis obsesiones,
a nadie;
-será por eso
que ahora, siempre,
estoy escribiendo-.
"Escribo para vencer el miedo",
dijo la poeta Elena Cabrejas.
Y así es,
así me sucede;
no es malo
ni vergonzoso
reconocer: no sé cómo hacer esto,
no entiendo aquello, le tengo miedo a...
¡no somos robots!
¡amamos,
detestamos,
nos angustiamos,
nos agotamos,
sufrimos!
acumulamos tensiones
que suelen enfermarnos
¡y matarnos!,
en tantos casos.
Está bien intentar ser mejores,
aprender, ocuparnos,
mas no siempre lo logramos
¡y está bien!
se puede reintentar,
una, dos, cien veces;
en cada oportunidad
vamos, iremos creciendo,
incorporando experiencia, sabiduría;
lo más importante
es no olvidarnos, ni por un instante,
de nuestras debilidades
¡tan humanas!
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