Nadie sabe
cuánto puede llevarse
en los pensamientos,
en la proyección de la mirada,
en el espíritu;
quizás, lo experimenta
¿pero toma conciencia
de su valor?
hoy elijo
no llevarme el odio entre humanos,
los crímenes, las guerras,
la muerte;
no es que lo olvide
pero deseo centrarme
en esos lagos, esos patos
despreocupados, alejados de toda información,
de nuestra presencia
o ausencia;
el contoneo de los árboles
con el viento fresco que alivia tanto
en verano,
el calor del sol
que anima los días,
fortalece los huesos,
alienta nuestros sueños;
prefiero
correr tras la paloma, la mariposa,
acariciar ese árbol que diviso desde aquí,
sumergirme en la magia inextinguible
de lo que no tiene valor material,
de lo que se nos ofrece, a diario,
sin pedirnos nada,
sin discriminar,
sin demandar,
sin cuestionar;
¡escojo sentir,
escojo respirar!
aun cuando no me resulta, en absoluto, indiferente
el padecimiento de tantos;
selecciono, entonces,
estos naipes,
en el mazo infinito
que la vida
ofrece;
así, camino
por las mismas calles
sabedora de que siempre
se verán distintas.
Decido
escaparle a la rutina,
a las incesantes
embestidas del miedo,
de la tortuosa
incertidumbre.
En fin,
¡me inclino por creer!
en un mundo diferente,
en una reacción generalizada
que todo lo transforme
en pos
de retomar antiguos -o no tanto- hábitos,
relaciones, actitudes,
¡pequeñas alegrías
que lo llenaban todo!
colocarse en esta postura,
cambiar la actitud, la perspectiva,
tal vez,
sea el secreto
para que en este mismo momento,
en un rato, más tarde,
mañana
y ¿por qué no?
en los días por venir
logremos
ser un poco o mucho más felices.
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