Una guerra
que nunca acaba:
la guerra
contra el odio,
mediante más y más odio.
La guerra
entre hermanos,
¡ni hablar de las guerras físicas,
armamentísticas,
la destrucción de edificios, de viviendas,
de países,
el exterminio de personas,
de almas!
con objetivos tan egocéntricos
como el poder,
los "bienes" que causan tantos males;
¡el orgullo de arrogarse
la victoria, cueste lo que cueste,
así se extinga a miles, millones de personas!
¡guerras que se prolongan por años!
el hombre
de una u otra forma
no sabe, no quiere, no intenta
vivir de otro modo;
no entiende
de empatía, de comprensión,
de diálogo,
¡de amor!
por alguien, quien sea
y de donde sea,
¡su semejante!
un hombre de raza negra
se enoja porque un joven
lo llama negro y le pide algo;
se enoja y niega su condición,
¿por qué negarla?
aunque es cierto
que no tiene derecho a llamarlo
por su color de piel,
en lugar de explicarle,
lo insulta, lo acusa de inculto,
lo maltrata,
le dice que él, el otro
es un negro de m....
porque anda pidiendo por las calles;
ninguno de ellos actúa bien,
claro;
más allá de que uno trabaje
y el otro pida,
más allá
del insulto a una raza, a una condición;
el primero pudo intentar explicarle,
sobre todo, si el otro no se veía agresivo,
pudo haberle dicho
que debería ocuparse de algo,
que pedir a otros
algo del producto de su trabajo
está mal;
aclararle, de buen modo,
lo que significa la falta de cultura
o de educación,
de dignidad;
este es solo un ejemplo
de la pérdida total
del entendimiento;
finalmente,
dos víctimas de un mundo cruel,
discriminador, deshumanizado.
Sé que es difícil
revertir estas diferencias;
esta llamada grieta
que se subdivide cada vez en más grietas
y más grietas
hasta que todos, absolutamente,
del color que seamos, de la condición social,
cultural, económica
que tengamos
nos hundamos para siempre
en la interminable fosa
de la soledad, la miseria, el dolor,
sumidos en la supervivencia
más atroz.
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